La Hermandad de las Ánimas

Para hablar de los animeros hemos de referirnos necesariamente a las hermandades de las Ánimas de las que estos toman su nombre. A partir del siglo XVI no hubo parroquia, grande o pequeña, que no contase con una cofradía dedicada a las Ánimas Benditas. Atendiendo a razones de espacio no entraremos aquí a exponer la importancia que para las gentes de la época tenían aquellas prácticas religiosas encaminadas a aliviar y acortar la estancia de las almas de los finados en el Purgatorio.

En el Antiguo Régimen solía ser una prerrogativa de los concejos locales el nombramiento de los mayordomos o encargados de la gestión económica de estas asociaciones piadosas. Así, sabemos que en la segunda mitad del siglo XVII el Concejo de Cehegín comenzó a nombrar ya un mayordomo para la Hermandad de las Ánimas que se había constituido en lo que por aquel entonces era conocido como el cortijo de Bullas. En las actas capitulares de 1666 se recoge por primera vez el nombramiento de Francisco Fernández Sevilla como mayordomo de la Capellanía de las Ánimas en la ermita de San Antón. A partir de 1690 los mayordomos ya serían nombrados por el Concejo de Bullas una vez que este se segregó de Cehegín. Un siglo después, hacia 1790, aparece también una Hermandad de las Ánimas en La Copa.

Se conservan los libros de cuentas de la Hermandad de Bullas desde el año 1687 al 1810, una etapa durante la que, como se ha señalado, el Ayuntamiento retenía cierto poder sobre esta institución religiosa a través del nombramiento del mayordomo y la fiscalización de sus cuentas. Los libros recogen detalladamente los gastos e ingresos anuales, que casi siempre arrojan un saldo positivo. Entre los primeros destacan sobre todo la cera adquirida para las hachas o blandones empleados en procesiones y en los entierros de los hermanos fallecidos, y por supuesto las misas, cantadas o rezadas, sufragadas en favor de sus almas. Otros pagos habituales eran las retribuciones al clérigo que celebraba y predicaba el oficio anual de las Ánimas, así como algunas reparaciones o reposiciones puntuales de material litúrgico y ornamental para el altar que la cofradía mantenía en la iglesia parroquial.

En cuanto a los ingresos, estos no eran solo dinerarios, sino también en especie. Se detallan limosnas en grano (trigo, cebada y centeno) e incluso animales (capones, gallinas, lechones, etc.). También se recogía dinero en cepillos ubicados en sitios públicos, como los mesones o ventas y los molinos de la villa. Pero sin duda la principal fuente de recursos era la recogida de limosna de taza u ostiatim (término latino que significa “de puerta en puerta”), que era realizada por los propios hermanos. A partir de finales del siglo XVIII la Hermandad contó además con una fuente adicional de ingresos al pasar a gestionar el pozo de la nieve. Finalmente habría que consignar también lo recolectado en las rifas y subastas del día de los Santos Inocentes.

Por lo que respecta a la organización de la cofradía, conservamos unos estatutos reguladores del año 1834, momento en el cual el Ayuntamiento ya ha perdido su influencia sobre la misma, pasando a ser una institución exclusivamente parroquial. En estos estatutos se dice que el número de hermanos debía limitarse a veintiocho, todos ellos de probadas virtudes cristianas. Los cargos directivos serían el Hermano Mayor, encargado de velar por el cumplimiento de los fines de la cofradía y de guardar los caudales recogidos, el Mayordomo o Clavero, encargado ya solamente de guardar la cera, sacar el estandarte y auxiliar al Hermano Mayor, y finalmente el Secretario, a cuyo cargo estaban las cuentas y los papeles de la cofradía. Veinticuatro de los hermanos, alternando dos cada mes, se dedicarían a recoger limosna “con capacha y campana” (instrumento conocido como “esquila” en otros lugares). Los restantes se encargarían de pedir con platillo los domingos por la mañana. Las demás regulaciones se refieren principalmente a las disposiciones que habían de aplicarse al fallecimiento de un hermano (asistencia al velatorio, entierro, misas, etc.).

No sabemos en qué momento exactamente desapareció la Hermandad de las Benditas Ánimas de Bullas. Probablemente influyó la paralización de la vida parroquial durante la Guerra Civil, y al igual que ocurrió con su antiguo altar en la iglesia, ya no fue restaurada al concluir esta.

Estatuto de la Cofradía de las Ánimas (1834)
Cuentas de la Mayordomía de las Ánimas (1887-1903)